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EL COLOR DE LA PALABRA

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Dicen que soñamos en blanco y negro pero lo cierto es que nos expresamos en color. Quizá las imágenes que nuestro cerebro descarta mientras dormimos sean monocromas, pero a lo largo de la historia de la humanidad, la búsqueda de pigmentos para expresar nuestras necesidades, inquietudes y pensamientos ha sido lo habitual desde que nuestros antepasados pintaron las cavernas donde vivían. Arcilla roja, carbón y sangre para representar a los animales que necesitaban cazar para sobrevivir. Rojo y negro para propiciar la magia

De las cuevas a los poblados, de los poblados a las tribus, de las tribus a las civilizaciones, y la necesidad de comunicación se hace tan compleja como las sociedades. Ya no basta con decoraciones pictóricas en la ropa, o en el cuerpo para representar un status dentro de la tribu, ahora tenemos el comercio y la necesidad imperiosa de “documentar” los productos que se intercambian, el valor que tienen y a quienes pertenecen. Los primeros signos fueron del mismo color que el soporte donde se grababan Muescas oscuras en la arcilla blanda.

La complejidad de las sociedades también trajo consigo la necesidad de “ilustrar” las hazañas de los gobernantes, las fórmulas rituales para propiciar a los dioses y las instrucciones para alcanzar el más allá. En Egipto los jeroglíficos en las paredes de los templos y de las tumbas se llenaron de color: Negro, rojo, azul, amarillo, verde, blanco… Las ideas se colorean y la palabra se ilumina.

Y saltan de la piedra a otros soportes más ligeros, transportables y frágiles —las tres “P” (papiro, pergamino y papel) — y el color que era bueno para la piedra ya no sirve a causa de su densidad. Es muy espeso y no penetra en las fibras. ¿Cómo hacerlo más fluido y duradero? Pues mezclando varios elementos: Pulverizadas las sustancias (animales, vegetales o minerales) de donde proceden los colores, se disuelven en algún líquido que puede ser agua, vino, vinagre o cerveza; después se añade alguna sustancia ácida que los fije al soporte y por último algún aglutinante (resinas, miel, aceites, o goma arábiga) que lo una todo.

Aparece la tinta.


Tintero Antiguo. Imagen de Davie Bicker en Pixabay

El mundo musulmán[1] nos ha legado múltiples recetas de elaboración de tintas, que se clasifican según su procedencia (tinta china, tinta de Cufa, tinta india, tinta egipcia); según la materia prima que se utiliza (de hollín de garbanzo, de vidrio); o bien según el tipo de soporte que se va a utilizar (papiro, tipos de papel, incluso una tinta especial para uso exclusivo de los reyes).


[1] HOSSAM MUJTĀR AL CABBĀDĪ «Las artes del libro en al-Andalus y el Magreb (siglos IV H/X dC – VIII H/XV dC)», p. 39

Un autor nacido en Estepona en el año 1210 d C, Muhammad Ibn Muhammad Ibn Idrĩs al-Qudā’ī , resalta la importancia de respetar las proporciones de los componentes de la tinta pues: «… un exceso en la cantidad de agallas provocaría roturas en el papel a la hora de escribir, ya por un exceso en la cantidad de goma arábiga, que generaría manchas ácidas, ya por un exceso de zāŷ,[2] que sería el causante de un exceso de relieve en las letras, y finalmente de quemaduras por abrasión en el papel[3]».


[2] Equinóphora, género de plantas pertenecientes a la familia Apiaciae.

[3] Ibid. pág 40

Pero no hemos hablado de los colores. No se ha dicho nada del color de las palabras que aparece en esos soportes ligeros que hemos mencionado en otro párrafo. Pues, aunque predomine el negro, o el ocre por oxidación del hierro componente de la tinta ferrogálica, la palabra escrita puede tener cualquier color. Cualquier sustancia animal, vegetal o mineral pulverizada, disuelta y aglutinada sirve para expresar pensamientos, doctrinas y sentimientos.

Algunas curiosidades: El negro carbón o negro humo, se obtenía rascando el fondo de los hornos, o quemando materias resinosas, o pulverizando agallas de roble o encina, bayas, cáscara de granada, madreselva o mirto. Caliza o yeso para el color blanco. El rojo se obtenía del ocre rojo que contiene hierro, y de un insecto, la cochinilla (Dactylopius coccus). Oropimente (trisulfuro de arsénico) o azafrán para el amarillo.Malaquita para el verde o lapislázuli para el azul.

Para nuestros pensamientos más íntimos, la ausencia de color, una tinta invisible a base de sales compuestas de ácido sulfúrico, amoniaco y leche, apta para los secretos que sólo se desvelarán con fuego y cenizas.

Puede que nuestros sueños sean blancos y negros, pero lo cierto es que cuando los mostramos mediante la escritura podemos hacerlo con infinidad de colores, con infinidad de ondas de luz.

Bibliografía:

HOSSAM MUJTĀR AL CABBĀDĪ «Las artes del libro en al-Andalus y el Magreb (siglos IV H/X dC – VIII H/XV d C)», ed. El Viso, Madrid 2005, pp 38-58

CRIADO VEGA, M.T. «Una receta de tinta de escritura procedente del archivo de la casa de Alba» HID 42 (2015) 111-128 http://dx.doi.org/10.12795/hid.2015.i42.04

BALL, P. «La invención del color» ed. Turner. Fondo de Cultura Económica. 2016. ISBN 9788415427407

SÁNCHEZ PRIETO, A.B. «El recado de escribir. 3.los colores» en https://www.academia.edu/28719867/El_Recado_de_Escribir_3_Los_Colores?auto=download Guión para el vídeo: https://youtu.be/eH_rcAKLMyo