Todos sabemos que los hombres primitivos utilizaban pieles de animales para cubrirse, lo que indica que al menos tenían una cierta idea de cómo tratar este material, lo que no sabemos es cuando comenzó exactamente la técnica del curtido. Curtir es hacer que la piel se vuelva elástica e imputrescible, y para ello se necesitan determinadas sustancias que, si bien se encuentran en la naturaleza, no es posible conocerlas de manera intuitiva. Así, observando, probando, errando e incluso inventando, nuestros antepasados establecieron un proceso que, con pocos cambios, excepto por la sustitución de los trabajos manuales por máquinas y la utilización de sustancias sintéticas, ha llegado hasta nosotros desde la más lejana antigüedad
Desde el matadero las pieles llegaban a las curtidurías, rígidas, llenas de grasa, pelo y tendones y era necesario prepararlas para su posterior utilización, y para ello se necesitaba abundante agua, muchos trabajadores, sustancias como la cal, sal, excrementos de animales, cortezas de plantas y frutos, y mucho, mucho tiempo. En síntesis, el proceso era el siguiente: lavado en agua de cal durante 2 o 3 días, secado en caballetes en el exterior unos 4 o 5 días, vuelta a lavar y vuelta a secar, durante más o menos dos meses; raspado con cuchillos curvos sin filo con mangos en cada extremo para quitar el pelo; vuelta sumergir las pieles en cubas con agua y cal durante cuatro meses, pasados los cuales se sumergían en otras cubas con excrementos de perro o paloma o cortezas de cereales, durante cuatro días para quitar los restos de grasa, carne y tendones. En el caso de que todavía quedaran restos, se raspaban con cuchillos parecidos a los anteriores, pero esta vez con filo, y se volvían a meter en las cubas de excrementos otros cuatro días, y este proceso se repetía hasta que las pieles quedaran limpias de pelo y cualquier rastro orgánico que no fuera la misma piel.
Terminada la fase de limpieza empieza el proceso de curtir propiamente dicho que, en definitiva, no es más que sumergir las pieles durante tres meses en una solución débil de agua con tanino (ácido tánico), sustancia astringente que está presente en las cortezas de algunos árboles (encina, sauce, cáscara de granada, membrillo, endrino, pino, algunas acacias) en las agallas, frutas, y arbustos como el Zumaque (Rhus coriaria). Pasado este tiempo se volvían a sumergir en una solución de tanino más concentrada, esta vez durante cuatro meses para terminar sumergiendo las pieles otra vez, en una solución todavía más concentrada, durante cinco meses.
Es un proceso muy largo, tedioso, en ocasiones tóxico, y maloliente, que no termina con la obtención del cuero, porque la materia prima así preparada, hay que “adobarla”, según para lo que se vayan a utilizar, y aquí es donde aparece la figura de un artesano: el zurrador (Çurrador) encargado de dar suavidad, color y lustre, a las pieles, según el uso para el que estuvieran destinadas, haciendo las siguientes operaciones:
Batanado: Consiste en sujetar la piel con el pie izquierdo y con el talón del pie derecho, pisarla con energía arrastrándola hacia atrás, con unos zapatos (escarpines de tienda) altos, de tres suelas finísimas, sobre un cañizo reblandecido en agua, Después de pisada la piel se golpea con un mazo o cachiporra llamado bigornia, que tiene un mango de 2 metros y al final una cabeza casi cúbica con dientes romos de 4 cm en una cara y en la opuesta.
Raspadura o desbaste: Es cortar la carne para igualar el espesor del cuero. Se hace con la raedera o raspadera, sordo o embotado (el cuchillo del zurrador), y el cuchillete cortante o descarnador.
Trabajo de palmeta o engranado: Para esta operación se utiliza la palmeta o la margarita (palmeta grande) herramienta de forma cuadrada con un asa en el dorso y acanaladuras en la parte que se pone en contacto con la piel, y sirve para hacer el cuero fuerte y liso sin necesidad de engrasarlo. Esta herramienta está hecha de madera dura y pesada.
Chifladura: Consiste en adelgazar la piel lo máximo posible, cortando la parte interna, es decir la carne, sin perforar la flor (la parte exterior), lo que requiere una gran habilidad y destreza por parte del zurrador, como bien sabemos los que hemos chiflado pieles alguna vez.
Engrasado: Con lo que se pretendía obtener un cuero lustroso.
En cuanto al teñido de las pieles, es también trabajo del zurrador preparar los tintes y sumergir las pieles el tiempo necesario para que el color penetre en los poros, pero esto será objeto de otro artículo.
Ya tenemos pieles curtidas y teñidas de distintos colores para hacer lo que queramos, en nuestro caso encuadernar y, si es posible, decorar esas cubiertas forradas de piel.
Durante el siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, se pusieron muy de moda unos cueros decorados llamados guadameciles, que se utilizaron en multitud de objetos, también en la encuadernación, aunque en menor medida.
Para hacer estos guadameciles se utilizaban con preferencia las pieles de carnero (badanas) y las de cabra por ser más fuertes. En cuanto a las técnicas utilizadas son: Grabado, realizando con un punzón el dibujo que se quisiera; repujado, golpeando por el reverso de la piel hasta que en la flor saliera el relieve; rebajado, que se hacía de manera inversa, es decir sobre la flor de la piel; estampado, se hacía con una plancha de madera en la que se tallaba la decoración, colocando la piel sobre ella y presionando se reproducía sobre la piel el dibujo de la madera; ferreteado, la más común era la de utilizar un hierro caliente que tenía un dibujo grabado, y se podía hacer directamente en la piel o sobre una lámina de oro o plata. Otra técnica del ferreteado, típica del guadamecí, es la de repetir un mismo hierro, o varios, sobre los fondos dorados y plateados. Pintar los cueros con óleo era la última fase de esta técnica, aunque no siempre se aplicaba, al menos no era muy utilizada en las encuadernaciones.
Estos son los dos extremos del trabajo en cuero.
Por un lado, un trabajo necesario, por la gran cantidad de objetos de cuero (zapatos, botas para transportar líquidos, guantes, sillas, arquetas, etc), duro, largo y despreciado, cuyos artesanos se consideraban “gentes viles” que no podían acceder a la hidalguía, y que a medida que crecían las ciudades, se alejaban sus locales, por una cuestión de salubridad y por la queja de los vecinos y, aunque el trabajo de Zurrador no era tan molesto como el de curtidor, la estrecha relación entre unos y otros hacía que la cercanía a las curtidurías fuese una buena opción.
Y en el otro extremo, tenemos al Guadamecil, el artista, que trabaja con materias nobles como el oro y la plata, que recibe buen sueldo, que puede tener abierta su tienda en el centro de la ciudad, eso sí, tiene que estar un montón de años de aprendiz en casa del maestro haciendo todo tipo de trabajos, y pasando un examen. El Guadamecil es un artesano con estudios cuya obra se ve y se admira.
Entre zurrador y guadamecí ¿Con cual te quedas?
Bibliografía:
- LORENZO CAMPANO. Manual del curtidor y del zurrador. Ampliado con noticias utilísimas y un diccionario de los vegetales y materias curtientes, dispuesto para el uso de los curtidores. Enciclopedia Hispano-Americana. París 1880
- PALEOBLOG. Paleorama en Red. Prehistoria y Arqueología en Internet: El uso de la piel en la prehistoria. Hallazgos directos y pruebas indirectas. https://paleorama.wordpress.com/2010/11/18/
- Vocabulario del comercio medieval. https://www.um.es/lexico-comercio-medieval/index.php/v/lexico/
- MADURELL MARIMON, J.M, El antiguo arte del guadamecí y sus artífices. Colomer Munmany, S.A. Fábrica de curtidos fundada en 1792. Vich (España) 1973
- https://www.gipuzkoa.eus/es/web/aintzinako-lanbideak/proceso-interminable
- CÓRDOBA DE LA LLAVE, R. La industria medieval de Córdoba. Obra cultural de la Caja Provincia de Ahorros de Córdoba. Córdoba 199o