«Como los Estudios Generales deven aver estacionarios, que tengan tiendas de libros para exemplarios».
Siete Partidas Partida II, Título XXXI. Ley XI
—¡Maese Lope, tiene ya preparado mi encargo!
—Aquí lo tenéis ¿Tenéis vos los maravedís?
—¿Cuánto me pedís?
—¡Cuarenta! Está tasado el pliego a cinco maravedís ¡Calculad vos! Cuatro pliegos que tiene la pecia y os lleváis dos …
—¡A cinco maravedís el pliego, a este paso no terminaré mis estudios!
Estamos en un año cualquiera entre el 1180 y 1260, en el Estudio General de Palencia, fundado por el rey Alfonso VIII de Castilla, y acabamos de ser testigos de una transacción dentro de una librería que por aquel entonces se conocían por el nombre de estaciones y eran talleres de copia y tiendas de alquiler.
El librero era el estacionario que además estaba encargado de buscar los ejemplares que podían ser más demandados, establecer el precio de alquiler de las pecias y copiar los textos necesarios para profesores y estudiantes. La copia de textos se hacía dividiendo el original en cuadernillos (pecias) que era lo que alquilaban a los estudiantes para que lo copiaran después de pasar por un proceso de corrección, a cargo de delegados de la propia universidad, para su comprobación final y aprobación que aseguraba que la pecia que alquilaban era exacta al ejemplar custodiado.
Esto sucedía en las Universidades y Estudios Generales, pero en las plazas de los pueblos, otros “libreros” vendían a una población mayoritariamente analfabeta, estampas profanas para su diversión —naipes que procedentes de la India llegaron a Europa en el S. XIII—, o estampas piadosas en las que se incluía un texto de contenido religioso junto con la imagen.
Estas estampas se hacían con xilografía que no era otra cosa que tallar en madera el dibujo y las letras para que quedaran en relieve, luego se entintaba la superficie y se prensaba sobre un soporte de pergamino, tela o papel. Esta técnica, muy antigua, fue evolucionando desde la talla en una sola madera hasta los tipos móviles, es decir tallar cada letra por separado para componer distintos textos con las mismas planchas.
Dos fueron las innovaciones que favorecieron la producción de libros: la introducción del papel en Europa en el siglo XI, y la creación de los tipos móviles en metal, mucho más resistentes y duraderos que la madera, gracias al orfebre Johan Gutenberg, aunque esto último no sucedió hasta el siglo XV.
A los musulmanes de la península Ibérica les debemos la introducción de la técnica en la fabricación del papel, y toda Europa les debe algo más valioso: la difusión de textos de la antigüedad (Aristóteles, Platón, Galeno, Vitruvio, etc) y de eruditos árabes como Avicena o Maslama Al Mayriti. En la península Ibérica hubo varios centros de traducción de estos textos, aunque el más conocido sea la Escuela de Traductores de Toledo, pudiendo beneficiarse las escuelas palatinas, las escuelas monásticas, los Estudios Generales y las Universidades, de las traducciones de obras científicas y filosóficas, aumentando así las asignaturas que se impartían en esos centros. Como consecuencia también aumentó la demanda de textos y la llegada de maestros y alumnos de otras universidades europeas a dar y recibir clases. En palabras de Adeline Rucquoi «Existía pues, en la Península, una intensa vida cultural que no se ceñía a uno o dos centros, sino que florecía en una multitud de ellos y atraía a sabios de toda la Cristiandad». Esto ocurría en el siglo XII.
Y llegó el siglo XV y la imprenta. De los avances y la técnica de imprimir se hablará en otro artículo, por ahora nos vamos a centrar en los libreros e impresores.
La demanda creciente y la rapidez en la edición que proporcionaba el nuevo invento permitió que la edición de libros saliera de los centros oficiales, controlados por la iglesia reyes y nobles, y se “popularizaran”. Aquí entran en acción los impresores y libreros, que a veces eran los mismos, es decir impresores con tienda (maestros de imprenta), y en otras sólo “mercaderes de libros”.
La demanda de libros fue creciendo de manera incesante, hasta tal punto que se formaron compañías de libreros, como la Grande Compagnie de los libreros de Lyon en Francia, o la de Salamanca fundada el siete de enero de 1530 por libreros afincados en esta ciudad, relacionados con los mercaderes que operaban en la feria de Medina del Campo, que por aquel entonces era el mayor mercado franco. Esta compañía salmantina estuvo dedicada a la importación e impresión por cuenta propia, de libros universitarios “libros grandes”, es decir con anchos espacios en blanco para poner comentarios explicativos (glosas), de tema jurídico, médico o técnico; y los de formato más pequeño que eran los clásicos. Surgió en Salamanca porque en aquel entonces la universidad contaba con un volumen aproximado de 5.000 a 7.000 alumnos, y una producción deficitaria de libros escolares y técnicos. Pero los miembros de la Compañía no eran los únicos dedicados a la impresión y venta de libros que había en la ciudad. Tanto es así que fueron demandados por otros mercaderes de libros no adscritos a la compañía, que les acusó de fijar los precios y monopolizar el mercado. Solamente duró cuatro años.
Estas nuevas empresas crearon desde el principio una red de enlaces matrimoniales para mantener el negocio dentro de las familias, casando a las hijas con maestros impresores o empleados de taller; y en este ir y venir, algunas viudas herederas de sus maridos consiguieron mantener la empresa por sí mismas. Como dato curioso en el S. XVI figuran 19 mujeres que al parecer siguieron en solitario al frente de sus talleres, incluso siendo algunas analfabetas; en el siglo XVII se sabe de 141 mujeres activas (libreras, impresoras y editoras) en España.
Librerías había en casi todas las ciudades importantes, con un aspecto parecido al actual. Desde finales del siglo XVI los libros “saltaron” desde los pupitres donde se exponían durante la Edad Media, hasta los cajones (estantes y anaqueles). En Madrid, los libreros de la calle Mayor, acostumbraban a sacar a la calle las novedades y a llevar al patio del Alcázar sus cajones de libros, generalmente jurídicos. Se organizaron en hermandades y cofradías, y en el caso de los impresores, incluso con capilla propia en la parroquia de San Ginés. En la época de Carlos III había cincuenta librerías en la Puerta del Sol y alrededores.
Sevilla fue otra ciudad importante en el comercio e impresión de libros, entre otras cosas porque era la puerta de salida hacia el nuevo mundo y este tráfico comercial la convirtió en un centro importante de intercambios con el resto de España y Europa. Desde allí partieron Juan de Pablos y Jerónima Gutiérrez, su mujer, para establecer la primera imprenta de la Nueva España, en la ciudad de México en 1539.
Cádiz fue en el siglo XIX un centro tan importante que merece un artículo entero.
¿Qué fue de los buhoneros y libreros ambulantes? Pues que, sin sustituir las estampas y los naipes, aumentaron su oferta con gacetas, cartillas, pronósticos, romances de ciegos y coplas de ajusticiados. El último dato curioso: Por un real decreto de 1767 los ciegos y sus viudas eran los únicos que podía vender impresos baratos.
—¡Maese Lope, creo que volveré a por más pues paréceme que esto de la lectura tiene algún futuro!
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BIBLIOGRAFIA
PAZ AGUILÓ, M. De Bibliotecas y librerías: La librería científica del CSIC. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 2019. http://libros.csic.es/product_info.php?products_id=1513
ESTEBAN SUSÁN, S Diccionario de mujeres impresoras y libreras de España e Iberoamérica entre los siglos XV y XVIII., Serie de la revista Titivillus …In culpa est nº 5. Director Manuel José Pedraza Gracia. Prensas de la Universidad de Zaragoza (Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social), 2018.
BÉCARES BOTAS, V. La Compañía de Libreros de Salamanca (1530-1534). Publicaciones del SEMYR. Director Pedro M. Cátedra, Salamanca 2003. http://repositoriodigital-la-semyr.es/index.php/rd-ls/catalog/book/39
Rucquoi, A. (2018). Reyes y universidades en la Península Ibérica (siglo XIII). CIAN-Revista De Historia De Las Universidades, 21(1), 15-39. https://doi.org/10.20318/cian.2018.4189
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