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EL LIBRO DE LOS LIBROS

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Este artículo surge de una pregunta ¿Sabía Hipatia dónde se guardaban en la biblioteca de Alejandría los papiros que necesitaba? Probablemente sí, pero los estudiosos que llegaban por primera vez ¿sabían dónde buscar? Nos imaginamos la biblioteca llena de filósofos eruditos, pálidos, encorvados y miopes de tanto escudriñar los textos, y dispuestos a informar al recién llegado, aunque lo más probable es que hubiera varios bibliotecarios encargados de cada sección o que hubiera un catálogo bien estructurado donde buscar.

Y hablando de estructuras, parece ser que en las excavaciones de la ciudad de Nínive (Irak) se encontraron cerca de diez mil tablillas de terracota de diversos tamaños, que estaban catalogadas y organizadas por secciones ¡Una biblioteca en toda regla! Pero ¿Cómo sabían los visitantes dónde buscar? Probablemente el acceso estaba restringido porque en realidad era la biblioteca del palacio del rey Asurbanipal, y es probable también que hubiera un sirviente dedicado a cada sección, así no era necesario buscar una aguja entre 10.000 pajas. Esta es una de las bibliotecas más antiguas que se conoce.

Pero no quiero hablar de bibliotecas. Quiero hablar del libro de los libros, es decir, del catálogo donde se anotan los ejemplares que contiene una biblioteca.

En el prólogo del Catálogo de Manuscritos Medievales de la Biblioteca Histórica «Marqués de Valdecilla» de la Universidad Complutense, —que, por cierto, tiene 922 páginas— se cuenta esta historia:

«En el invierno de 1417, el joven florentino Poggio Bracciolini cruzó a caballo el sur de Alemania camino del monasterio benedictino de Fulda, … Su objetivo era rescatar en los recovecos del monasterio los libros manuscritos de olvidados autores paganos. Poggio había sido secretario papal y gracias a esa condición llevaba cartas de recomendación que le permitieron consultar el grueso catálogo de la biblioteca abacial».


Así que en esta abadía benedictina había “un grueso catálogo”, un libro de los libros que allí se custodiaban ¿Estaría encuadernado o serían hojas sueltas, ordenadas y sujetas con una cadena al pupitre? ¿Había uno por cada sección o uno solamente del tamaño de un cantoral?

Para ilustrar más este relato, diré que los cantorales son libros de canto. Se colocaban en unos grandes atriles de cuatro lados, facistol, dispuestos en el centro del coro para que los monjes lo pudieran ver a distancia desde sus asientos, y que nosotros también podemos ver en los coros de las catedrales. Pero volviendo al tamaño de los cantorales, algunos podían medir 90 cm de altura y pesar más de 30 kilos. Doy fe de ello porque visitando la biblioteca del monasterio de Silos, para diagnosticar el trabajo de restauración de unos cantorales, fue necesaria la colaboración de las cuatro personas que estábamos allí, para reintegrar el cantoral a su soporte de ruedas.

No parece que fuera muy operativo un catálogo de ese tamaño.

Lo cierto es que el poseer un gran volumen de libros, guardar y custodiar ejemplares más o menos difíciles de encontrar, daba prestigio y riqueza a las abadías en la Edad Media, casi más que las reliquias más o menos extravagantes, y a decir de algún autor, el renacimiento europeo empezó por los descubrimientos que hicieron en las bibliotecas monásticas viajeros curiosos, consultando el catálogo ¡claro está!

Es un hecho que las bibliotecas no mueren, sino que crecen cada vez más, y desde la creación de las universidades su crecimiento ha sido imparable, ellas dispararon la demanda de libros y la imprenta disparó la oferta, y se guardaron los libros en salones cada vez más grandes, y se catalogaron, clasificaron, ordenaron y  anotaron en páginas, que encuadernadas son joyas en sí mismas, como sería el de la biblioteca de Pérgamo, el de la de Alejandría, el de la biblioteca imperial de Constantinopla, o de cualquier biblioteca ya desaparecida

Pero no se ha conservado ninguno.

El interés o curiosidad por los catálogos de las bibliotecas antiguas, no se basa solamente en la relación de libros que contiene. Un catálogo de biblioteca es un ser vivo, que nace cuando se tiene un volumen de libros suficiente imposible de memorizar su situación en el espacio; crece cuando llega un nuevo ejemplar y se hace una nueva anotación; y muere cuando lo olvidamos por irrelevante y desaparece con la biblioteca que le vio nacer.

Pero no lo olvidemos, en realidad es el libro de los libros. Sin él, los ejemplares de la biblioteca serían anónimos, desconocidos … fantasmas.

Referencias:

  • Catálogo de los libros manuscritos que se conservan en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca. Formado y publicado de orden del señor Rector de la misma. Salamanca 1855
  • Catálogo de manuscritos medievales de la Biblioteca Histórica «Marqués de Valdecilla» UCM. http://www.ucm.es/ediciones-complutense
  • ANTELO IGLESIAS, A. Las bibliotecas del otoño medieval. Con especial referencia a las de Castilla en el siglo XV. Espacio, Tiempo y Forma, S. III, Hª Medieval, t.4, 1991, págs. 285-350
  • La biblioteca más antigua ed la historia https://universoescrito.com/
  • Breve Historia de las bibliotecas. https://universoescrito.com/