Preguntar esto en un taller de restauración puede parecer una tontería, y es posible que alguien se eche las manos a la cabeza imaginando cualquier tropelía. Estoy segura que si hacemos la pregunta, la respuesta siempre será ¡Nunca! Pero … Hay una preciosa historia que encontré en un artículo escrito por Marta Bueno Saz (licenciada en Física y Graduada en Pedagogía).
Sucedió durante la Gran Depresión en Estados Unidos (1929-1943). El gobierno —más concretamente la Works Progress Adimistration (WPA)— recogiendo una idea creada por la Federación de Clubes de madres de Kentucky (1896), inició en 1935 el Proyecto de la Biblioteca Pack Horse que pretendía repartir libros en las zonas montañosas del este de Kentucky, las más aisladas de todo el estado.
Se pensó, se hizo y fue un éxito.
¿Cómo se hizo? Transportando libros y revistas a caballo y en mula.
La biblioteca central en la sede del condado recibía las donaciones de libros, y cuando llegaban libros nuevos, salían los que ya habían estado allí hacia las bibliotecas locales, que rotaban entre ellas el material según las preferencias de los lectores. Estas bibliotecas podían estar en una iglesia, en una casa particular, en la oficina de correos o en un centro comunitario y tenían un empleado (bibliotecario) y de cuatro a diez cargadores de libros —La mayoría mujeres— que los entregaban a las escuelas y granjas de las montañas más alejadas.
Los libros proporcionaron conocimiento y los “cargadores” compañía. Llevaron noticias del mundo exterior a los valles profundos de los Apalaches, y leyeron en voz alta los libros cuando los adultos que los pedían no sabían leer, cabalgando unos 190 km por semana, a veces con los caminos de montaña embarrados; por senderos casi invisibles; atravesando ríos cuyas aguas les congelaban los pies, o tirando de la cabalgadura cuando el camino era muy empinado. Se dio el caso de que a una de las “mujeres del libro” se le murió la mula en el trayecto, e hizo a pie cargada con los libros, los 18 km que le quedaban y hay que decir que cada paquete podía contener hasta 100 libros
Mientras, el bibliotecario local se encargaba de preparar el material a distribuir, restaurando los libros, o deshaciendo los más deteriorados para hacer álbumes de recortes con el material desechado, llegando incluso a obtenerse 200 libros diferentes generados de esta manera.
Y vuelvo a hacer la pregunta ¿Restaurar o deshacer?
Restaurar para mantener la integridad del libro, aunque los desgarros se cubran con papel grueso pegado con cola de pez. A pesar de que las restauraciones no sean las adecuadas el libro permanece, es utilizable y cumple su función. Deshacer, cuando no hay más opciones, para crear algo nuevo, para llevar las palabras a los confines del mundo, para permitir que adultos y niños mejoren su vida con el conocimiento ¡Por supuesto!
No he tenido la suerte de encontrar en mi taller ninguno de los libros que invadieron las montañas de Kentucky, pero si me llegara alguno para restaurar pensaría que esa mancha oscura puede ser del barro del camino, que esas otras de humedad puede que sean las salpicaduras de agua al cruzar un río, que los desgarros de las páginas se produjeron al caer y rodar por la montaña cuando murió la mula del que lo trasportaba, que las manchas grasientas en las esquinas de las páginas son de aquel chaval que anduvo 13 km por “senderos de cabras” para poder leer.
Pequeñas cicatrices para una gran historia.
Referencias: